Epuyén llora la partida de Romualdo Silva, un quintero de ley



Se fue tranquilo Romualdo Silva esta mañana. Tenía 86 años y estaba en El Pedregoso al cuidado de su sobrina Elena Vera. En los últimos días, venía soñando con todos sus ancestros. Presentía el final y contaba que lo venían a buscar. 

Su partida causó hondo pesar en la comunidad de Epuyén, donde había nacido el 2 de febrero de 1934. Era un personaje entrañable, querido por todos y quedó en la historia lugareña por su desempeño como “el mejor quintero” de todos los tiempos, según sus patrones.

Conocía al detalle todas las fases de la luna y sabía con exactitud cuando plantar las habas, las arvejas, las papas y los zapallos. “Nunca hay que sembrar los porotos los días que hay viento”, aseguraba. Muchas de sus jornadas de verano fueron “poniendo el lomo y el alma” por las huertas donde requerían de sus servicios, ya sea para desyuyar, regar o cosechar sin una sola queja y muchas veces sin otra paga que “una bolsa de lo que daba la tierra”.

“Cahuipi chei”, contestaba muchas veces como respuesta, aunque nadie supo nunca traducir ese témino que pronto le valió un apodo que le quedó para siempre. Quizás remitía a su relación eterna con los campesinos mapuches de Cushamen y de otros lugares de la meseta, a los que visitaba desde su juventud en largos viajes en carro a buscar sal hasta las salinas cerca de Gastre, que se intercambiaba por las verduras y frutas de la cordillera.

Siempre contaba que más de una vez tuvo la suerte de ser invitado a los camarucos, ceremonia anual reservada solo para el pueblo aborigen, donde “no se tomaba alcohol y se bailaba durante tres días y tres noches para pedir por un buen año”.

Amigo entrañable del padre Jesús Artigot, junto con su hermano Juan de Dios Silva (también fallecido), participaban activamente de las misiones que los curas hacían cada verano. También se lo recuerda bailando alegremente en cuanta señalada o marcación había por la zona. De carácter afable y siempre risueño, después de tomar “una chicha fuerte o un vasito de pulcú” (vino) sonaba el acordeón y las guitarras para empezar “una farra que solía durar días”, relataba.

Descendiente de una familia de pioneros, desde niño supo de sacrificios. Con el tiempo, “El Chei” siempre fue peón rural e incluso anduvo trabajando por grandes estancias con miles de ovejas, donde desempeño todos los oficios imaginables.

Sus restos están siendo velados en el salón Los Pinos, en la avenida Los Cóndores de Epuyén, y serán trasladados al cementerio municipal este lunes a las 11 horas.











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