«Una trucha increíble»


Pablo Oscar Blasco: el crack de las truchas gigantes del Limay Medio ahora sacó una trucha de seis kilos en el río que corre entre Neuquén y Río Negro al norte de la Patagonia.El Messi de la pesca lo hizo de nuevo: ayer metió otro golazo en el Limay Medio, el río que corre entre Neuquén y Río Negro al norte de la Patagonia. En temporada que viene tan bien y que terminará el 31 de mayo, el guía Pablo Oscar Blasco pescó una enorme trucha de seis kilos en el delta que generó la muralla de 86 metros de alto de la represa de El Chocón a comienzos de los años 70. Ahí, en el brazo principal, entre las correderas y los pozones de agua cristalina que recorre cada día, Pablo se dio un gusto de aquellos: «Es una de las truchas más grande de mi vida», cuenta. Como corresponde, la devolvió. «Mirá lo que es esto», dijo antes. «Gracias papá», dijo después, le dio un beso y la soltó, una escena que los pescadores de ley entenderán: vio irse al submarino con una sonrisa, mientras ese gigantesco macho migratorio que remontó el río desde el lago para buscar el lugar de reproducción volvía a su hábitat. Esta es la historia de un pique inolvidable en el mismo lugar donde aprendió a pescar con su padre y le enseña a su hija, a unos 170 km de Neuquén Capital. Ese al que le gusta ir con sus amigos, que cada vez que saca una de estas le dicen lo mismo: Messi.


«No entraba en el copo»
Salió tempranito a la mañana con su amigo Norberto, que siempre va desde Buenos Aires en esta época del año. Alguna magia tiene esta dupla, porque el año pasado también tuvieron un pique tremendo. Como la otra vez, partieron del refugio a unos 5 km de la desembocadura del Limay Medio en el embalse Ramos Mexía.
Habrán hecho unos nueve kilómetros río arriba en la lancha cuando pararon a probar suerte en un pozón profundo, ese que Pablo tiene agendado como parte de la recorrida: sabe que ahí viven grandes truchas por estos días, aunque lo miraba medio de costado, porque la luna llena no le traía un buen pálpito, más bien auguraba mal pique. Como otros guías y pescadores, también mira de costado a los que cada tanto quieren cerrar el río a la navegación con la excusa de la conservación que no practican: temen que se quiera favorecer a los lodges privados en ese paraíso donde galopan los caballos, vuelan las avutardas, pastan los animales de los crianceros y cada vez es más difícil acceder a las costas para pescar.


Norberto hizo los primeros tiros. Nada. Siguió Pablo. Nada. «Por ahí a eso de las 11 se activan las truchas», le dijo a su amigo. Como suele explicar, hay que tener horas y horas de río para saber leerlo, hay que estar. Claro que también hay saber tirar lejos, elegir la mejor mosca, la línea, la caña, el momento del día. Pero como también explica, sin saber leer el río todo eso no alcanza.

Esta vez pescaban con caña a una mano, con moscas negras y doradas que simulaban bagrecitos y líneas de hundimiento. Ya empezaron las heladas del otoño. Hacía frío.

Faltaban cinco minutos para las 11 cuando sintió un tirón fuerte, indicio suficiente de que no era una trucha más. Habrán sido unos ocho minutos de pelea, con esa tensión que se convierte en concentración para acertar en cada movimiento, encomendarse a todos los santos de la pesca para que que no se corte la línea, que no se escape. Una de esas bombas con las que sueñan los pescadores al apoyar la cabeza en la almohada estaba ahí, a punto de salir del pozón.LMN







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