Hace mucho frío en la meseta de
Somuncurá. La nevada ha cubierto las huellas y cambiado todo el entorno. Es muy
fácil perderse en esa gran extensión de frío y de soledad.
Allí arriba dicen los viejos
pobladores que las piedras hablan. Así habrá de ser. Desde siempre ante el
silencio parco de sus pobladores pareciera cumplirse el aserto evangélico que
si ellos callan esas piedras hablarían. Así lo dice el topónimo: piedra que
habla, porque eso quiere decir Somuncurá.
Los pocos animales que no diezmó
la sequía y que no se llevó la creciente, quedarán ateridos bajo la nieve y
cuando ya no puedan respirar seguramente también morirán empobreciendo más a
los pequeños crianceros que se resisten a dejar su lugar. Por otra parte
¿Adónde ir?
Hace mucho frío. ¿Hablan las
piedras en latitud azulada de la meseta?
¿Cuentan una historia que pocos conocen y que casi nadie imagina?
¿Contarán tal vez que en otros
tiempos lejanos y más felices la tierra era de todos y se vivía sin tantas
necesidades y apremios como ahora? ¿Qué se subsistía con algunos yeguarizos,
unas pocas ovejas y con la chivada dispersa y caminadora?
¿Dirán las piedras de la meseta
que quienes habitan en su altura deben soportar penurias, postergaciones y
olvidos? ¿Qué se acuerdan de ellos solamente cuando el clima los castiga?
Es difícil imaginar esa enorme
región cuando la nevada dura varios días y la nieve alcanza alturas temerarias.
Todo es igual: un inmenso manto blanco donde el monte se nivela y se repite de
igual forma. Se pierden los alambrados, las huellas no se ven, el coirón se
achaparra y queda tapado. Solamente los amontonamientos de piedra indican el
rumbo y orientan al que perdido en esas inmensidades espera el refugio seguro
del puesto.
Es fácil congelarse, sobre todo
los pies. O caerse en la nieve. O herirse los ojos ante tanta soledad.
Las piedras hablan arriba de la
meseta. Y saben mucho de resistir. De escuchar las letanías repetidas de los
forasteros y de los timoratos. Ellas saben que el tiempo se detiene en esos
parajes perdidos de la mano de Dios. Y las piedras, como los fiscaleros, los
mensuales, los chiveros, los domadores de la potrada, saben esperar, porque
paciencia les sobra. Porque la paciencia es un bien que debe almacenarse con
los pocos vicios para la subsistencia.
Hace frío y perderse es fácil. ¿Y
el estado de los caminos y de las huellas? Siempre igual: todos pedreros,
cortes, cañadones. ¿Dónde está el teléfono que atienda las razones de los
pobres de la meseta? En ningún lado, porque al decir de Hernández son campanas
de palo sus razones.
Las piedras hablan arriba de la
meseta. Pero ¿Quién las escucha? ¿Quién tiene oídos para atender tanta pobreza?
“Se ha perdido el rastro de mis
caballos” decía el cacique Casimiro. Arriba de la meseta todo se pierde: los
expedientes, las campañas, los programas. El viento frío del invierno se los
lleva junto con la esperanza de sus pobladores.
Hace mucho frío porque el
invierno es crudo. Muchos grados bajo cero y hasta se congelan los hilos de los
alambrados aunque parezca increíble.
Al ver tanta desidia y tanta
postergación ¿No volverá a enojarse el cerro Corona?
Hace frío en la meseta de
Somuncurá, es hora de entrar al puesto y que el fuego tutelar nos devuelva la
esperanza de un mañana mejor. Para que las piedras de Somuncurá nos cuenten una
historia donde la esperanza se vista de renuevos.
Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta
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