EN EL DIA DE LA INDEPENDENCIA DEL LIBANO


Los taureg supieron trajinar el laberinto del desierto a su antojo. Con sus dromedarios soportaron el sol ardiente y la sed implacable. Dejaron las huellas de sus caballos que el viento y la arena desdibujaban con persistencia y tenacidad.

Solo el verde espejismo de los oasis les permitía descansar del trajín de sus vidas errantes donde los días y las noches se repetían iguales y recurrentes.
Las caravanas, el comercio de animales, la libertad de sus vidas nómades, las noches frías contrastando con el calor opresivo del sol calcinante y ardido, los dátiles, la lecha de cabra, el filo cortante de sus dagas engastados sus mangos de piedras preciosas y sus hojas de fina filigrana.
El desierto fue el protagonista de estos pueblos. Su razón de ser. Su ámbito reservado. Con una cultura tan milenaria que se dice que allí se formó la placenta del mundo.
Pueblos y pueblos pasaron por sus arenas infinitas, señores ya de la guerra o del comercio, protegidos sus rostros y cuerpos por la túnica blanca como las raras nubes que nunca supieron de traer agua.
Solo la sed y la fatiga, la búsqueda del sol a desierto traviesa, la urgencia de vivir sin arraigo. Solo el desierto “inconmensurable y abierto” su lugar en el mundo y el pie en el estribo partiendo siempre de ningún lugar hacia una nada de arena y de sol.
Por eso tal vez la estirpe nueva de esos atrevidos supo elegir después de los barcos un paisaje similar: pero esta vez para echar raíces y formar familias.
Y cambiaron un desierto por otro, este tan nuestro y cercano, que está aquí al alcance de la mano: la Región Sur de Río Negro, en plena Patagonia.
Y como allá también trajinaron el nuestro para ejercer el viejo oficio que traían en su sangre: el comercio.
Con su castellano a destiempo, algunos con el Corán debajo del brazo, con sus comidas típicas, con sus morteros de mármol, con la estilizada figura de sus narguiles, con su persistencia ante los obstáculos, con la obstinada paciencia de saber que todo se puede.
Se llamaron Mortada, Sale, Mussi, Direne. Seleme, Karán, Chible, Zaher, Arden, Abdala, Abrahan, Sede, Matar, Ardín, Saieg, El Hossen, Neman, Kanje y cuantos otros apelativos con fragancia oriental.
Cambiaron un desierto por otro, tuvieron hijos, familias numerosas, y siempre presente el recuerdo de aquel desierto más grande que dejaron en Arabia.
Ese desierto que dejó las cicatrices de su ámbito en el alma de estos inmigrantes y el viento la música permanente que aquí no solo suele levantar la arenisca sino también las piedras cuando sopla fuerte.
Porque el desierto es la circunstancia de esos pueblos: su forma de ser, la matriz que los ha moldeado desde tiempos milenarios.
El desierto acá y el desierto allá. ¿Importa algo?


Jorge Castañeda
Valcheta (RN)

Publicar un comentario

0 Comentarios