El empresario Bernardo Weinert creó Patagonian Wines, donde
produce vinos a pequeña escala; el fuego en la zona saborizó las uvas para
crear una variedad novedosa.
- Bernardo Weinert tiene un pedazo de paraíso. Desde el
enorme ventanal de su casa contempla la montaña, los viñedos, el bosque, la
nieve que ya asomó y los tonos amarillos que estallan de los álamos a lo lejos,
en el pueblo. En este rincón de la Patagonia, a 130 kilómetros de Bariloche, el
empresario brasileño argentino lleva adelante dos de sus pasiones: pesca con
mosca y hace vino de calidad.
El hombre de hablar pausado, con un dejo de portugués en el
acento, anteojos de marco grueso y sombrero, está por cumplir 82 años y no lo
aparenta. Dice que su filosofía es tomar buen vino cuando tiene ganas, y que
saber cocinar "da sensación de libertad". Habla de su gusto por
manejar, que lo lleva a viajar 1700 kilómetros en camioneta; de su admiración
por Zuccardi y de los vinos franceses.
Su visita a la zona es habitual. Cada dos o tres meses se
instala unos días para comandar la bodega Patagonian Wines, la hija menor de
Weinert, la empresa mendocina que carga con distinciones, trayectoria y
reconocimiento mundial. "Acá no soy un engranaje más, soy el eje",
asegura en una entrevista con LA NACION el empresario de Ijui, un pequeño
pueblo del Estado de Río Grande do Sul formado íntegramente por alemanes.
Allí comenzó la historia de Bernardo, que pasó por el
negocio del transporte y desarrolló una exitosa bodega en Mendoza hasta llegar
a la Patagonia, con una idea que en un principio parecía descabellada. Pero que
resultó.
Patagonian Wines va por otro sendero, a pequeña escala, más
artesanal y pasional. Un desafío personal de Weinert que se inició en 1991 con
la idea de desarrollar un vino de calidad en una zona donde se reproducen las
frutas finas y la artesanía en madera, y en la que jamás se habían visto
viñedos. "Pescaba en Cholila y vi que las frutas autóctonas eran iguales a
las de Oregon (Estados Unidos), donde hacen muy buenos vinos merlot y pinot
noir. Asimilé una cosa con otra, miré un mapa y descubrí que la Borgoña
(Francia) también estaba en el Paralelo 42, un paralelo mágico en el mundo para
los vinos", contó entusiasmado con el recuerdo.
Weinert viajó un año más tarde con 800 plantines de uvas en
una camioneta, las entregó a pobladores de distintos puntos de la zona y
durante cuatro años volvió cada año para ver la evolución. El resultado fue
excelente sólo en una parcela, hasta que en 1997 decidió comprar tierras.
Adquirió 25 hectáreas de monte y rosa mosqueta, en un terreno montañoso con
pendiente y una laguna pequeña. En el año 2000 plantó merlot, pinot noir,
chardonnay, riesling y otras cepas de ciclo corto. La primera cosecha fue en
2006.
-¿Cómo es la producción de la bodega?
-No ha sido pareja todos los años. La primera cosecha, en
2006, la llevamos a Mendoza y allá envasamos con la etiqueta "Primera cosecha",
pero era poco, porque habíamos sufrido un ataque de zorzales que comieron casi
toda la uva. En 2009 tuvimos la mejor cosecha, con 40.000 kilos de uva y ya
envasamos en origen con una máquina semiautomática con dos etiquetas:
"Piedra parada" y "Faldeo del Epuyén", y estamos preparando
el lanzamiento del primer champagne de la zona, al que llamamos "Más
allá?" Tiene una imagen de un pescador con mosca, porque en la pesca
siempre uno quiere llegar más lejos, más allá del fin del mundo [lo dice con
picardía, en alusión a su competidor de Neuquén].
-¿Lograron producir vinos de alta calidad como querían?
-En Mendoza hay un grupo de expertos que dieron la más alta
calificación a un merlot, con la etiqueta "Piedra Parada". Quedaron
desconcertados, no sabían qué vino podría ser y por eso todavía tenemos que
hacer la historia del vino aquí para acreditarlo. Tenemos la pauta de que es
viable, demoramos 20 años para llegar a esto.
-Ahora trabajan en el proyecto "Cordillera". ¿De
qué se trata?
-Estoy muy entusiasmado con eso, ya lo registré porque es
algo único. En enero de 2012 hubo un incendio feroz en la región que afectó un
tercio de la plantación. En abril cosechamos y la uva tenía sabor a humo por lo
que logramos un vino pinot noir y merlot que es ahumado, de color cereza, con
más cuerpo. Es mi vino predilecto [dice mientras se sirve una copa de la
barrica donde lo almacena]. Lo definiría como un vino típico de zona fría, con
una gran expresión aromática y tiene ese sabor ahumado que es un regalo de la
naturaleza. Será una edición limitada de 15.000 botellas que lanzaremos este
año.
-Usted dijo en una entrevista antes de comenzar este
proyecto, que quería hacer de esta zona la California del vino?
-Puede ser que haya hablado de California porque no tenía
suficiente conocimiento, pero esto no es California, está más para Oregon,
donde hay un merlot estupendo. Estoy confiado con este proyecto.
-¿Cuál es el desafío planteado después de ocho años?
-Pensamos vender este año 50.000 botella, champagne
incluido. Es una bodega chica y mi objetivo es que siga siendo chica. Acá es
donde yo puedo hacer fluir más mi placer por la producción de vinos; acá no soy
un engranaje más como en Mendoza, acá soy el eje.
-¿Está conforme con lo logrado hasta ahora con la bodega?
-Estoy conforme. Por un lado, porque en 20 años tuve mucho
placer en trabajar en lo que hoy hago acá y esa es la parte más importante.
Estoy seguro de que vamos a tener mucho éxito con estos vinos. Tenemos que
divulgarlos, acreditarlos, pero tienen un potencial muy grande. Económicamente
no presenta ningún resultado que justifique la inversión, pero no hice este
proyecto para ganar plata rápidamente, es un proyecto para tener el gusto
disfrutar.
Fuente La Nacion
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