Cacho Bonansea, la partida del último gran maestro cordillerano de la taba

 
Cacho Bonansea, la partida del último gran maestro cordillerano de la taba 
En la tarde de hoy, falleció Dardo “Cacho” Bonansea, a los 88 años de edad. Sus restos fueron sepultados en el cementerio de Lago Puelo. 
En la memoria de los viejos pobladores de la Comarca Andina queda su figura retacona y su eterna boina, parado en cualquier cancha de taba (ya sea en una señalada o en una fiesta familiar o popular) donde hacía gala de sus virtudes. Se lo consideraba “el último gran maestro de la cordillera” en el popular juego campesino. Su precisión en cada tiro anticipaba “clavada” del hueso en el pastón del otro lado, por lo que las apuestas a su favor se multiplicaban.
Lo llamaba “mi deporte favorito” y lo había aprendido en largas tardes de ocio en su Cholila natal, cuando después de las faenas propias del campo, dedicaba horas con sus hermanos y amigos “a despuntar el vicio” por algunas pocas monedas.
Incluso, allá por los años ’70 y ’80, cuando vivía en El Bolsón, brindaba tiempo para enseñar a tirar la taba a los pibes de los barrios de la zona sur, siempre con la premisa de que “no se pierda esta tradición tan nuestra”. Dicha práctica llegó a oídos de un intendente de la época, quien propuso la idea de crear una “escuela municipal de taba”, aunque después no prosperó.
De igual manera, Cacho Bonansea organizaba las canchas que se armaban en la celebración de la Fiesta Nacional del Lúpulo (detrás del polideportivo), por donde desfilaban los paisanos de la zona y los turistas curiosos por ver la destreza lugareña. Lo cierto es que varias generaciones de “buenos taberos” le siguieron y su nombre sigue siendo recordado cada vez que alguien “echa buena”.
Ganadero por herencia familiar, durante muchos años consagró buena parte de su vida a cuidar la hacienda vacuna, con los ciclos de veranada e invernada llevando los arreos hasta los campos del lago Cholila; u organizando las marcaciones que terminaban con asados con cuero, guitarra y acordeón (y taba, por supuesto), congregando a los vecinos y a los amigos en una verdadera fiesta anual. Hábil con el lazo, era el encargado de sacar uno a uno los terneros que después los gauchos  iban pialando antes de aplicar el hierro caliente en su cuarto.
En todos los ámbitos que frecuentó, a Cacho Bonansea se lo consideraba “un buen amigo y siempre servicial”. Recorriendo los caminos de tierra de la región “nunca dejó a nadie de a pie”, cuando la solidaridad de los propios pobladores obligaba a parar cuando se veía a alguien con algún percance. Su sonrisa permanente y su humor “acido”,  también eran parte de su personalidad.
Hincha confeso de Independiente, el fútbol fue otra de sus pasiones. Se lo recuerda como “eterno marcador de punta derecha” con la camiseta celeste del club Belgrano de Cholila, cuando los domingos de cada verano se dedicaban a jugar entretenidos cuadrangulares con otros equipos de pueblos vecinos. Por supuesto, su “chata colorada” servía para transportar buena parte del conjunto hasta Leleque, Epuyén o El Maitén. La vuelta –casi siempre de noche-, implicaba la parada en algún bar que “estiraba la confraternidad” con la excusa de planificar el próximo partido.
Protagonista de “una época dorada” en los pueblos cordilleranos, con el tiempo se retiró luego a disfrutar del descanso de la vejez en una chacra de Lago Puelo, siempre acompañado del cariño de su esposa y de sus hijos. 
QEPD.









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