El Hoyo Cosecha y trilla de trigo al modo antiguo, “porque también hay que alimentar el alma y el corazón”


Bajo la consigna de “tierras, amistad, trabajo y cultura”, Maida Valenzuela convocó el sábado a sus vecinos para cosechar el trigo y completar la jornada con una trilla a yegua, tal como lo hacían sus antepasados.

Desde temprano, familiares y amistades fueron tomando las “echonas” (herramienta de mango corto) y fueron segando las eras distribuidas por la chacra. La “minga” (reunión solidaria para hacer algún trabajo en común) tuvo un paréntesis al mediodía para compartir un almuerzo preparado por los dueños de casa y por la tarde se completó la faena: fue el tiempo para que los caballos hagan su parte, separando el trigo de la paja, que fue quedando en el suelo sobre una gran lona a la espera de un día de viento para que los granos dorados puedan ser recolectados después del correspondiente aventado.
Al marcharse, cada uno de los colaboradores fue pasando por la cocina para saludar y llevarse un pan recién sacado del horno de barro, amasado lógicamente con el remanente de la harina que quedó del año pasado.

Maida Valenzuela señaló que “somos la república independiente de El Desemboque porque todavía nos manejamos como un paraje rural, bastante alejado del pueblo, donde surjen este tipo de tradiciones. Es un día muy lindo de trabajo comunitario, donde la gente vino a ayudar porque tenía ganas, como hacían los antiguos pobladores”.

“Tenemos dos cuadros pequeños de trigo porque es una chacra donde hay que aprovechar cada metro disponible y tampoco hay maquinaria. Hay que alimentar la panza, pero también hay que alimentar el alma y el corazón. Esto es parte de esa cultura”, subrayó.

Comparó enseguida que “es una actividad muy chiquita en comparación con lo que vivieron nuestros padres y abuelos, quienes sembraban grandes cantidades porque tenían que alimentar enormes familias durante todo el año”.

Acerca de la importancia de los caballos en la trilla, explicó que “solamente se los hace girar por turnos, sosteniéndolos con una soga, ellos se encargan de pisar el trigo. Pero todo comenzó con la siembra, que hicimos a principios de noviembre, y como baja un arroyo de la montaña se pudo regar bien. Este año se dio en abundancia toda la producción de frutas y verduras. Ahora lo estamos segando con la echona y después de la trilla se tiene que aventar con las palas grandes de madera, aunque también hay que hacer algún arreglo con el viento”, bromeó.

“Después se pueden tostar los granos para hacer el ñaco o se muelen y se hace harina –agregó-. Todo se hace de forma manual y artesanal. En esos días crudos de invierno, es muy lindo sentarse en el fogón y sentir el ruido del tostador, inundando el ambiente con ese aroma tan rico y penetrante, sabiendo que uno estuvo en cada etapa del proceso que luego se transforma en alimento sano y nutritivo”.

Tradiciones

Magdalena Muriel Valenzuela es una permanente cultura y defensora de las tradiciones de su pueblo. Además, es una artesana que hila su propia lana y teje sus prendas en el telar mapuche. Cada actividad campesina no tiene secretos para ella: para calefaccionarse toma la motosierra y el hacha y marcha hasta el bosque a buscar la leña. También se ocupa de la quinta y de los animales.

A su criterio, “hay que darle sentido a la tierra que se tiene, hay que producir. Como no tenemos dinero ni máquinas y el campo tampoco es muy grande, aprovechamos para sembrar a nuestra manera, demostrando que hay otra forma posible”.

A modo de ejemplo, puntualizó que “hoy acá, entre los ayudantes, tenemos a varios niños e incluso adolescentes que están contentos de haber venido a participar y hacer cada etapa de las tareas. En ellos queda la semilla del legado para las futuras generaciones, porque les interesa y podrán conservar esta cultura del trabajo, ya que teniendo al menos una mano sana se puede comer lo que uno produce”.

Molinos harineros

La historia de los molinos harineros en la Comarca Andina se inició con la llegada de los pioneros que se establecieron a partir de 1890. En el comienzo, aquellos colonos de origen chileno se dedicaron a la crianza de animales y a realizar siembras importantes de granos. En realidad “producían para su propio consumo y el sobrante era canjeado en otras localidades cercanas”, según el investigador Juan Domingo Matamala.

“A raíz de la fuerte producción de trigo y cereales, se construyeron los primeros molinos harineros (familias Hube, Otto Tipp, Merino, Breide y Azcona). Al extenderse los cultivos se fueron haciendo necesarios elementos más sofisticados, como las máquinas cosechadoras”, agregó.

Dicho adelanto trajo “más producción harinera en menos tiempo y mayor extensión de superficies labradas”, al punto que “el trigo de la Patagonia fue premiado en sucesivas exposiciones en París (1889) y en Chicago (1893 y 1918)”.

Los molinos de El Bolsón, El Hoyo, Epuyén, Cholila y Trevelin “estuvieron en pleno funcionamiento hasta 1949, cuando el Estado nacional decretó zona no triguera todos los territorios al sur del río Colorado para favorecer a los terratenientes de la Pampa Húmeda. Fue así que la aparición de esos emporios cerealeros, que producían harina de mejor calidad y a menor precio, hizo desistir a los procesadores locales”, obligando en consecuencia a los lugareños “a comprar la mercancía que por aquellos años comenzó a llegar por ferrocarril”.

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