El análisis y el debate sobre temas como el aborto y la producción de embriones para luego ser guardados congelados para su posterior utilización confronta las distintas realidades sociales que la problemática desnuda, con nuestras posturas ante la vida, en algunos casos, modeladas por prejuicios y creencias.
La discusión se polariza y lleva a situar en lugares diametralmente opuestos, confrontando en el debate a la ciencia y a la religión, sin aceptar la posibilidad de que entre esos dos lugares extremas puedan existir posturas intermedias, tal vez también ambiguas, pero no necesariamente influenciadas por conceptos religiosos y tampoco establecidas por la influencia de concepciones científicas, que lamentablemente no son claras, o definitivamente no existen.
Está visto que mientras la religión establece sus conceptos morales con el solo objeto de manipular conciencias infundiendo temor, la ciencia no ha logrado establecer con precisión cual es el momento exacto en que la vida se hace presente en un embrión o en una célula recién formada. Lo que en un punto iguala y emparenta a la ciencia con la religión ya que ante la imposibilidad de sincerarse y aceptar sus dificultades, ambas prefieren establecer dogmas.
Mientras tanto, la realidad social transcurre por lugares distintos y lejanos a esa discusión: se realizan millones de abortos en el mundo, en condiciones extremas de precariedad, poniendo en riesgo la vida de millones de mujeres; mientras que por otro lado miles de parejas recurren a la fecundación por medio de la implantación de embriones sin tener muy claro qué ocurre con la gran cantidad de los mismos que son descartados o guardados durante muchos años congelados, negando también esta situación para bien de sus conciencias.
Y mientras tanto, seguimos discutiendo, alimentamos la hipocresía. Seguimos negando la realidad escondiendo la basura bajo la alfombra, sin tomar definiciones claras que resuelvan definitivamente la problemática social expuesta. Mientras seguimos creyendo que en el mundo hay un gran debate sobre el tema, mientras “el gran debate” se prolonga, la realidad se sigue imponiendo con su crudeza brutal. Lo que convierte al debate en una cortina de humo.
Tal vez el mayor de los debates, ante la imposibilidad de que ciencia y religión lleguen a un acuerdo que, reitero, solo puede servir para tranquilizar a nuestras conciencias, sea el que nos lleve a plantear si estamos dispuestos a aceptar el aborto legal como contraposición al clandestino (una realidad ya impuesta) y el descarte de embriones como contraposición a la imposibilidad de miles de parejas de concebir sus hijos en forma natural (otra realidad ya impuesta). Las legislaciones positivas, deben servir para avalar y mejorar lo que las sociedades en forma natural, o por imperiosa necesidad ya han logrado, y no para ir detrás de ellas cercenando y castigando aquello que ya han establecido.
Tal vez el verdadero debate, mientras el gran debate científico-religioso no aporte mayores conclusiones, consiste en definir si aceptamos el aborto y la posibilidad de guardar embriones congelados como una solución y gran alternativa a la clandestinidad, más allá del nombre que a esta situación estemos dispuesto a colocarle. Es decir, aceptaremos el genocidio, aceptaremos la muerte, nos convertiremos en asesinos (jugando horriblemente con las palabras hasta no encontrar un concepto que mejor defina esta situación) de miles de fetos y de embriones; pero de esa manera evitaremos la clandestinidad y lo que es mejor evitaremos la muerte de miles de mujeres víctimas de abortos realizados en condiciones deplorables; y facilitaremos la concepción a miles de parejas desencantadas en contraposición al secustro y tráfico de niños. Un mal que pesará sobre nuestras conciencias, pero que aceptaremos resueltamente, con un beneficio incalculable para miles de personas.
Suena práctico. Suena pragmático. Pero es mucho menos hipócrita que plantear un debate irresoluble. Además aprenderemos a vivir con nuestras propias contradicciones.
Y si alguna vez se establece la realidad científica de los temas expuestos, la discusión será si la sociedad se banca o no las consecuencias espirituales y de conciencia que su acciones han provocado.
Entonces, después, tendremos la posibilidad de pensar con tranquilidad en todo aquello que no hicimos bajo la excusa de prolongar indefinidamente el debate: la educación sexual, la inclusión de los más postergados en los sistemas de salud, la posibilidad de facilitar la adopción a aquellos padres que quieren serlo y no pueden concebir. Aceptemos la muerte de los embriones descartados y de los niños abortados sin buscar excusas que tranquilicen nuestras conciencias, ya que de cualquier manera es una realidad que nos supera a todas voces.
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