Entre el 11 y 12 de abril de 2013 un matrimonio tehuelche del paraje El Chalía (Río Mayo), compuesto por Fabiana y Abel Muñoz (jefe de su comunidad) participó de una ceremonia en cerro Loma Torta (Gaiman) por la restitución de los restos de 13 personas de esa etnia, que habían sido excavados y derivados luego al CENPAT para su estudio.
Abel tuvo a su cargo el traslado de una urna con un feto de entre 5 y 6 meses de gestación, mientras que a Fabiana se le encomendó llevar algunas piedras.
Este fin de semana, en el marco de un encuentro de pueblos mapuche/tehuelche, celebrado en Corcovado con la presencia del gobernador del Chubut, la pareja recordó su determinación de no tener hijos, pero algo sucedió en aquella ceremonia de hace un año que les cambió la vida: “Salimos con mi mujer del enterratorio y a las 21.30 nos fuimos a cenar al hogar Arturo Roberts (donde se hospedaban) en los pabellones de hombres y mujeres, por separado”, recordó el lonco.
Luego, cerca de la medianoche, “me fueron a despertar como coordinador de la gente que llevaba y aparte porque que se había descompuesto mi esposa. Me levanté asustado y cuando la vi no se podía vestir, estaba agachada, tenía dolor de panza y fiebre”, graficó.
“Hasta el momento –agregó-, todo lo que acontecía aparentaba un problema de salud agudo que le aquejaba y que se había desatado seguramente por el esfuerzo físico de subir al cerro transportando los objetos destinados al enterratorio”.
“Hasta el momento –agregó-, todo lo que acontecía aparentaba un problema de salud agudo que le aquejaba y que se había desatado seguramente por el esfuerzo físico de subir al cerro transportando los objetos destinados al enterratorio”.
No obstante, los médicos que la atendieron coincidieron enseguida en que “está por tener familia. Les dije que eso es imposible porque el período menstrual se le había cortado la semana anterior, aparte no tenía panza”.
Sin embargo, fue derivada de inmediato al hospital de Trelew. En medio “de la discusión y el nerviosismo, siento que llora un bebé. Había nacido, pero como me dijeron que le faltaba un mes y medio o dos de gestación, era tan chiquito que se podía morir. Después la pediatra me dice que ‘hasta ahora está vivo, le tenemos que inyectar los pulmones para que pueda respirar, pero por ahora está bien’”.
Con todo, el riesgo de vida persistió y los días de internación parecían no tener fin. Incluso, 10 días antes del nacimiento de Gabriel -precisamente el 4 de abril-, había fallecido la madre de Abel, acontecimiento que sumía en una enorme tristeza al hombre que ahora tenía a su pequeño hijo peleando por su vida dentro de una incubadora en el hospital de Trelew.
Con todo, el riesgo de vida persistió y los días de internación parecían no tener fin. Incluso, 10 días antes del nacimiento de Gabriel -precisamente el 4 de abril-, había fallecido la madre de Abel, acontecimiento que sumía en una enorme tristeza al hombre que ahora tenía a su pequeño hijo peleando por su vida dentro de una incubadora en el hospital de Trelew.
Fue cuando otra revelación volvería a darle otro capítulo sustancial al desarrollo de esta historia: “Estaba solo mirándolo, cuando siento un ruido en la puerta, miro para atrás y allí venía mi mamá en silla de ruedas. Llega hasta mi lado y me pregunta: ‘Pocho, ¿vos querés que tu hijo salga adelante?’. Si mamá, por favor (como si hubiera estado hablando normalmente con ella). Traía la bandera mapuche tehuelche sobre las piernas y me dice: ‘Tomá, ponésela’, cuando la fui a agarrar mi vieja desapareció”, relató Muñoz a Radio 3 Cadena Patagonia.
Durante un par de días se cuidó “para que no me tomen por loco”, hasta que pudo confiar en la neonatóloga a cargo de su bebé. La médica lo escuchó atentamente e inicialmente lo desalentó de la idea de colocar la bandera sobre la incubadora, pero luego reconsideró su decisión y le dijo: “Traéla, puede ser creencia de ustedes”. Finalmente, a los 15 días la misma facultativa anunció a los padres que “el indiecito está con un pie en la puerta listo para irse, está sano, no tiene nada”.
El padre, con Gabriel en brazos, valoró que “se recompuso de una manera increíble, estuvo 45 días internado y después lo pasaron a sala intermedia y antes de los dos meses le dieron el alta. Ahí lo tenés, desde entonces jamás se enfermó, anda por todos lados”. Desde su óptica, basado “en la cosmovisión de nuestra gente, sabemos que la gente mayor -los loncos, los que se han ido-, de alguna manera vuelven”.
Foto gentileza de Hernán Mercére
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