Queque Parodi “El cuerpo entra en modo supervivencia, tienes que lograrlo para ver de nuevo a tus seres queridos”





Crudo testimonio de supervivencia en primera persona del piloto rescatado en el cerro Plataforma. Luego de un aterrizaje de emergencia sobre una laguna congelada en alta montaña y de pasar la noche a la intemperie bajo una nevada intensa y escuchar una avalancha a pocos metros, Enrique “Queque” Parodi fue socorrido este domingo por un helicóptero privado para ser bajado hasta el lago Cholila y luego derivado a Esquel.
Mientras se recupera de la odisea vivida en su excursión sobre el Parque Nacional Lago Puelo, ayer se tomó la tarea de escribir su experiencia. En detalle, señaló que “todos, en algún momento, hemos tenido rachas complicadas. Esta vez me tocó a mí. Hace unas semanas, una falla en una hélice me obligó a aterrizar de emergencia en la costa atlántica chubutense. Parece mentira, pero ahora mi avión, el Piper Súper Cub por el cual quise ser piloto, se encuentra panza arriba a cinco mil pies de altura. Fue una de las experiencias más intensas que he vivido”.
Explicó enseguida que “sin ropa ni equipo adecuado, pasé la noche entre lluvia y nieve, con bajas temperaturas y sin poder encender fuego. El cuerpo entra en modo supervivencia, solo sabes que tienes que lograrlo para ver de nuevo a tus seres queridos. Por ellos das paso a paso con la nieve hasta la cintura, empapado y sin sentir los dedos de los pies. Se te cruzan tantas cosas por la cabeza, pero la única idea que no dejas que gane es la de rendirte. Pasas a paso, quizás un paso cada 5 o 10 segundos, pero sigues”.
“En estos momentos -agregó-, las personas que están contigo se hacen realmente visibles y no te abandonan. Sin que lo sepas, están dándolo todo por ayudarte, por sacarte de ahí. Los baqueanos que conocen el lugar se desesperan porque conocen no solo la geografía sino también el complicado clima de estos lugares”.
Según su relato, “la primera noche, sin las dos mochilas que Pablo y Dani Wegrzyn me lanzaron, hoy no estaría acá. Cayeron como un regalo del cielo, con lo básico y más para poder pasar la noche al límite de la hipotermia. Esto me hace pensar y profesionalizar nuestros equipos de supervivencia: comunicación GPS y Handy; iniciadores de fuego de calidad; abrigo; medias extras; pantalón impermeable; agua; encendedor; bolsa de dormir de bajo cero y bolsa o manta color naranja”.
Siguió contando que “pasé toda la noche pensando cuál sería el plan para la mañana siguiente. A las 10 pm comenzó a nevar y todo se complicó: el fuego no quería prender, los dedos no los sentía y, de repente, todo empezaba a estar cubierto por nieve. Puse una de las camperas que me habían lanzado desde el Cessna 180 entre las piernas y empecé a apretar los dedos para levantar temperatura. Estuve así casi dos horas, metido en la bolsa de dormir en calzones porque mi pantalón estaba empapado y, al no poder prender fuego, estaba tan duro como un cartón”.
“Entre las cosas que me habían lanzado desde el avión –recordó-, había una bolsa de nylon naranja: me metí con la bolsa de dormir adentro para evitar que la nieve y la lluvia que caían sin parar me terminaran de empapar. La bolsa condensaba y la bolsa de dormir se mojaba. Al cabo de dos horas ya estaba empapado de nuevo. Agarré una bolsa de dormir ultraliviana que encontré en un bolsillo de la mochila y me metí dentro, luego en la bolsa de dormir y, por último, en la bolsa de nylon. Por dentro, me enrosque todo lo que pude en las camperas que tenía. Con eso pude mantener la temperatura mínima necesaria hasta que salió el sol”.
Avalancha
Remarcó “no sé qué hora sería, pero de repente un sonido que ya conocía, pero que en su momento no reconocí de inmediato, me sacó de la casi tranquilidad que empezaba a sentir: una avalancha. Cuando el sol salió, la visibilidad estaba reducidísima, no se veía a más de una milla de distancia. Nevaba súper húmedo con mucho viento. Soy piloto y sabía que nadie me iba a poder venir a buscar con esas condiciones porque yo no volaría con esas condiciones”.
En ese marco, acotó que “no tenía claro por dónde bajar de esa montaña, ya que casi en su totalidad son riscos muy empinados. Mi pantalón estaba más duro que un árbol, así que pensé en cortar la bolsa de dormir liviana térmica y hacerme un pantalón y medias impermeables. Las medias estaban empapadas, me las había puesto entre las camperas para que no se pusieran duras como el pantalón. Así que, con cinta de primeros auxilios y una tijera, corté la bolsa y me armé las medias y el pantalón, y me puse el pantalón como pude. Las medias, todas húmedas, y empecé a caminar lo más rápido que pude. El objetivo era salir del cerro Plataforma y montarme a la ladera del cerro Tres Picos. Fue muy difícil por los acantilados. No es lo mismo ver desde el piso que desde el aire la geografía y nunca antes la había caminado”.
Entonces, “empecé a caminar hacia el sur hasta darme cuenta de que no tenía por dónde bajar, así que comencé a caminar hacia el norte. Ahí vi la avalancha que había escuchado durante la noche. Me hizo ver con mucho más respeto algunas laderas que tenía que cruzar para llegar al Tres Picos. La inclinación más frecuente para avalanchas es de 38 grados. Tuve que cruzar al menos cinco pasadas con una inclinación muy similar a 38 grados. Con mucho respeto y buscando cruzar entre los árboles, garantizando que por ahí no hubiera grandes avalanchas, logré con mucho desgaste físico y súper mojado pasar al cerro Tres Picos. Sabía que no podía dejar de caminar hasta encontrar terreno sin nieve o algún lugar donde prender fuego. Si frenaba más de cinco minutos con lo mojado que estaba, seguramente iba a estar en problemas”.
Única salida
Subrayó también que “me llevó 4 horas y un cansancio extremo salir. La segunda parte de mi plan era salir de la nieve. Tenía que bajar desde los 4.800 pies hasta al menos los 2.000. Tenía el bosque a casi 500 metros de distancia. Estaba en un claro de unos 50 metros de ancho que une al cerro Tres Picos con el Plataforma. De repente veo el avión de Daniel pasar y agitó la bolsa naranja que llevaba todo el tiempo en la mano. Me di cuenta de que la meteorología se había abierto justo para volar, pero al mirar al Cessna 180 me doy cuenta de que Dani no me vio. Sabía que si me veía iba a agitar las alas. En ese momento, me llené de una sensación de preocupación. Había pensado toda la noche en la importancia de tener un helicóptero, había decidido sumar a la empresa uno para estos casos. No pensé que se lograría conseguir uno para rescatarme; iba a ser muy difícil que pasara”.
Fue así que “al ver que Dani pegó la vuelta y se volvió, pensaba si meterme al bosque para seguir descendiendo o esperar a que pasara una segunda vez por si de casualidad me tiraba otra mochila con ropa seca. En ese momento pensé en lo importante que es la competencia de bombardeo de harinas, cómo esa práctica me había salvado la vida la noche anterior cuando Pablo y Dani me habían lanzado las dos mochilas. Pensé que quizás podía venir una tercera, pero no me habían visto; las alas del 180 no se habían sacudido. Así que no sabía si seguir hacia abajo con el mayor ritmo porque el tiempo de luz que quedaba no me iba a alcanzar para salir de la nieve y estaba 10 veces más mojado y cansado que el día anterior. Sabía que tenía que llegar, así que decidí seguir y entrar al bosque. Cada paso era un esfuerzo increíble, difícil de explicar, no daba más”.
Rescate al fin
No obstante, “en ese momento, escucho que se acerca otro avión. Pensando que era Dani, empiezo a agitar nuevamente la bolsa naranja (importantísimo color para estos casos), pero cuando se empieza a acercar y veo que me hace luces, me doy cuenta de que era un helicóptero. La emoción que sentí no la puedo describir, una mezcla de alivio y paz. Iba a ver a mis seres queridos más rápido de lo que imaginaba. Se iba a ir la sensación de frío y cansancio, realmente no la puedo explicar. El helicóptero me hizo saber de inmediato que me habían visto. Pasó por arriba, dio la vuelta y aterrizó a metros de mí. Los chicos se bajaron, me dieron un abrazo y pidieron sacarnos fotos juntos. Nos conocíamos por teléfono pero nunca los había visto en mi vida, en ese momento fueron mis mejores amigos. No lo podía creer, me había salvado. Me subí al helicóptero y, para colmar la felicidad, ahí estaba Pablito, mi amigo que me había salvado la vida el día anterior. Me senté y solo pensaba en llamar por teléfono a Fer y a Emma, quería que supieran que nos veríamos en un rato”.
Desde su óptica, “lo peor de esta experiencia fue no poder comunicarme con quienes sabía que estarían muy preocupados por mí. Esa angustia es terrible y a la vez te da la energía para, aun sin fuerzas, con hambre, sed y frío, poder dar el siguiente paso sin sucumbir al rendirte. Esta fue la historia del aterrizaje de emergencia en el cerro Plataforma. ¿Cómo sigue? Le pido a Dios rescatar mi avión de esa montaña antes de que la nieve se vaya y que se hunda en la laguna que tanto admiré por años y que hoy posee el avión por el cual quise convertirme en piloto”, concluyó.
Parodi es conocido en la cordillera por su pasión por los aviones y el snowboard: lo denominan como un bush pilot experimentado, un término que describe a los pilotos especializados en operaciones aéreas en regiones remotas y no preparadas para el tráfico aéreo convencional. A sus 42 años, combina su amor por la aviación con la exploración de la Patagonia, promoviendo el turismo ecológico a través de su canal de YouTube, Patagonia Bush Pilots.
La escuela de vuelo que fundó, aprobada por la Administración Nacional de Aviación Civil (ANAC), ofrece experiencias únicas de vuelo en la región, utilizando una flota de cinco aviones adaptados para condiciones adversas.



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