Por primera vez, la celebración local reunió a más de 180 danzarines de distintas fraternidades, con varias bandas en escena y una procesión cargada de folklore. La devoción a la Virgen, de origen boliviano, encuentra en El Bolsón un punto de encuentro comunitario y cultural que crece año tras año.
El pasado fin de semana, el pueblo de El Bolsón volvió a vestirse de carnaval, música y fe para celebrar a la Virgen de Urkupiña. Según relató Pablo Olayzola, organizador del evento y caporal de la localidad, este año la fiesta alcanzó una escala inédita: “tuvimos más de 180 bailarines con dos bandas en escena, con más de cuatro danzas en procesión”.
Participaron fraternidades de distintos puntos del país — entre ellas Caporales Auténticos de Quilmes (filiales Bariloche–Bolsón y Buenos Aires), Caporales Virgen de Urkupiña de Luis Guillón, Caporales Virgen de Urcupiña de Plottier, así como agrupaciones de morenada, tinkus, y otras danzas tradicionales, y bandas musicales como la de Mendoza o Banda Central Acuario (provincia de Buenos Aires).
“La verdad que estamos súper agradecidos — dijo Pablo — porque todos se van súper contentos, con las ganas de querer volver y reciben el cariño de la gente, que eso es lo importante”.
La organización no fue sencilla: este año debieron rechazar algunas fraternidades por “falta de espacio”, ya que costear hospedaje, comida y logística para tanta gente resulta muy complejo sin un salón adecuado. Aun así, la comunidad de El Bolsón colaboró con transporte, hospedaje y movilización de bailarines — algo que Pablo definió como fundamental para que la fiesta “siga creciendo”.
Sin embargo, la jornada no estuvo exenta de tensiones: durante la procesión hubo altercados con tránsito y personas de cultura local, que incluso llegaron a poner en duda la continuidad del permiso para futuros eventos. “Este año cero empatía, se portaron súper mal con nosotros”, denunció el organizador, que lamentó la falta de apoyo institucional, a diferencia de la colaboración vecinal.
Origen y tradición: de Quillacollo a El Bolsón
La devoción a la Virgen de Urkupiña se originó en Quillacollo, en la región de Cochabamba, Bolivia. Según la tradición — que data de la época colonial — una niña pastora habría visto a la Virgen con el Niño Jesús en brazos en el cerro Cerro Cota (o “cerro Cota/Calvario”), en los alrededores de Quillacollo. La niña llamaba “Urkupiña” (del quechua “¡ya está en el cerro!”) al ver a la aparición.
Desde entonces se consolidó la devoción, y cada 14–16 de agosto se realiza en Quillacollo una festividad multitudinaria que combina culto religioso, entrada folklórica, procesión, danzas tradicionales y peregrinación al cerro Cota.
Con el flujo migratorio y la presencia de comunidades bolivianas en distintas regiones de Argentina, la devoción se fue trasladando. En localidades como El Bolsón, la tradición se adapta al contexto local: la fiesta no solo mantiene su dimensión espiritual, sino que se convierte en una expresión cultural comunitaria. Danzas, bandas, fraternidades y vecinos se unen para mantener viva esa herencia, creando un espacio de encuentro social y cultural.
Para la comunidad boliviana — y también para muchos argentinos que adhieren o sienten afinidad con la tradición — la celebración funciona como una reafirmación de identidad, raíces y fraternidad.
Más allá del folklore: desafíos y sentido comunitario
La edición de este año en El Bolsón evidencia tanto el crecimiento de la fiesta como los desafíos logísticos y organizativos que implica mantener viva una tradición que trasciende fronteras. El hecho de tener que rechazar fraternidades por falta de espacio revela la necesidad de mayor infraestructura, respaldo institucional y planificación anticipada.
Pero también demuestra — como subraya Pablo — el valor del apoyo de la comunidad local: “la gente de El Bolsón… las remiserías explotaron, llegaron mucha gente en vuelo… nos dio hospedaje para más de 180 personas… la fiesta se volvió a explotar”; en otras palabras, la fiesta tiene un impacto social, cultural y económico real en la localidad.
Más allá de las dificultades, la celebración reafirma un legado compartido: el de la fe, la tradición folklórica y la convicción de que los festejos pueden servir como puente entre pueblos, culturas y generaciones.


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