
Susana Freydoz comenzó a ser juzgada ayer en Roca por el asesinato de su marido. Y al escuchar los detalles surgidos de la requisitoria de elevación a juicio no pudo evitar que algunas lágrimas recorrieran su rostro.
Cabizbaja durante la etapa inicial de la audiencia, con un instante de duda al momento de sentarse frente al tribunal, la mujer finalmente anunció que no iba a contar su versión sobre los hechos ni responder preguntas.
Luego de eso se retiró hacia una sala contigua y allí permaneció hasta que concluyó la audiencia, que comenzó a las 9.30 y se extendió por unas siete horas.
El escaso público que concurrió y la prensa tampoco pudieron escuchar ayer el testimonio de su hija, porque se le hizo lugar al planteo de los hermanos Soria, quienes pidieron declarar a puertas cerradas (ver pág. 27).
De todas maneras, la descripción realizada por el fiscal Miguel Fernández Jahde en la elevación a juicio permitió conocer cómo fueron los momentos previos y posteriores a la muerte de Soria, a partir del relato que hicieron familiares y amigos durante la etapa de instrucción de la causa.
Todos los allegados a la familia coincidieron en que el maltrato verbal era común y recíproco para el matrimonio Soria, pero que el año pasado la actitud de Freydoz se modificó notablemente. No sólo le revisaba llamadas y mensajes de texto, sino que también lo seguía o pedía a amigas que verificaran dónde estaba y con quién.
En la requisitoria de elevación a juicio se detalla que el 22 de diciembre fue un día complejo para la pareja, porque Freydoz encontró en el teléfono del gobernador un mensaje que decía: "A pesar de todo te extraño".
Esa noche, en una cena con otro matrimonio, fue punzante en sus críticas hacia su marido, pero igual le dijo a su amiga que no pensaba en el divorcio, porque "a esta altura no se lo voy a regalar a una chirusa".
"Para Susana el Gringo era su posesión", concluyó la mujer en su declaración.
A partir de allí la tensión fue en aumento y llegó a tal extremo que el mismo 31 de diciembre a la tarde Martín –el mayor de los cuatro hijos– les advirtió que si seguían así, a la noche no iría a la chacra.
La conducta extraña también se advirtió durante la cena, cuando la madre de Freydoz se descompuso y ella no demostró mayor interés por asistirla, como siempre ocurría.
Llegó el año nuevo y los problemas continuaban. Mariano Valentín, pareja de Emilia, declaró ayer que había escuchado las quejas de Freydoz ante su hija porque Soria no había querido brindar con ella. (Ver pág. 26)
El joven estaba durmiendo cuando lo despertaron los gritos desesperados de su novia. Cuando llegó a la habitación matrimonial se enfrentó con varias tareas al mismo tiempo: asistir a Soria, evitar que Freydoz se acerque –ayer dijo que creía que quería alcanzar el revólver, que había quedado en la cama y luego fue puesto por él en una mesita de luz–, correr para pedir una ambulancia a los policías que estaban como custodia en la entrada de la chacra y avisar a sus cuñados sobre lo ocurrido.
En la etapa inicial de la causa Martín Soria declaró que al momento de ingresar a la casa, su madre y su hermana forcejeaban en el baño. Fue allí cuando habló de esa "mirada oscura", afirmando que "no eran los ojos de mi mamá".
También recordó que su padre le repetía desde hacía un tiempo que Freydoz le robaba pastillas y tomaba alcohol.
Los detalles surgidos de la elevación a juicio también precisan que cuando la muerte de Soria era irreversible, Freydoz deambuló por la casa pronunciando frases incoherentes e intentando explicar a sus hijos lo ocurrido. "No lo quise matar, no sé qué pasó, Carlitos", le dijo al menor de los varones.
Ante su cuñado, Ángel Pedroza, tuvo otra frase que quedó asentada en el expediente: "Los arruiné, los arruiné... Ángel... ¡no quiso brindar conmigo!".
Fuente Rio Negro
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Un SMS amoroso, clave en el crimen del gobernador Soria.
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Un SMS amoroso, clave en el crimen del gobernador Soria.
Era 31 de diciembre y hacía un calor insoportable. Esa tarde, Susana no preparó las copas ni pasó horas frente al espejo eligiendo su ropa más elegante. En cambio, mientras su marido probaba un lugar en la pared para colgar un llavero, ella lo toreó : “Queda horrible”. El, lo revoleó y no le contestó. Más tarde, cuando él empezó a cortar el pernil, ella le recriminó : “Lo estás cortando muy grueso”. El la miró, apoyó la cuchilla y le dijo: “Entonces cortalo vos”. Anocheció y con la familia sentada a la mesa y un karaoke de fondo, él agarró un micrófono y empezó a cantar un tango mientras bailaba con sus nietas. Ella, delante de todos, le dijo: “Estás haciendo el ridículo. En público”. El no le contestó. Pero cuando se hicieron las 12,brindó con todos menos con ella . Lo que se estaba gestando era el final de una semana frenética y obsesiva: después de meses de perseguirlo por la ciudad y de investigarle los teléfonos para descubrir una infidelidad, había encontrado un mensaje que el flamante gobernador le enviaba a su amante: “Pese a todo te sigo extrañando” .
Susana Freydoz (61) llegó ayer a la primera audiencia del juicio en un auto del hospital en el que está internada desde que mató a su marido, el entonces gobernador de Río Negro Carlos Soria. Está acusada de homicidio calificado por el vínculo, agravado por el uso de armas de fuego, y la única manera de evitar o atenuar una cadena perpetua es mostrarse así: dopada y víctima de un trastorno psiquiátrico. Se negó a declarar, mantuvo la mirada en el piso y lloró cuando escuchó lo que sus hijos habían dicho de ella . Fue autorizada a permanecer en una sala contigua mientras se lleve a adelante el juicio.
En cambio, sí declararon ayer ante los jueces Carlos Gauna Kroeger, María García Balduini y Fernando Sánchez Freytes su hija María Emilia (lo hizo a puertas cerradas), el novio de ella, Mariano Valentín, y dos policías que estaban de custodia la madrugada del crimen.
“Cuando llegué mi viejo estaba desnudo y tenía sangre en los oídos, pero aún respiraba. Corrí al baño y me encontré a mi mamá acurrucada en el piso forcejeando con mi hermana . Le grité: ‘¡¿Qué le hiciste a papá?! ¡Sos una hija de puta!’ Nunca me voy a olvidar de la mirada que tenía: oscura, como un perro cuando muerde”. La declaración, que ayer leyeron en voz alta, es de Martín Soria, uno de los cuatro hijos de la pareja y actual intendente de General Roca. Esa madrugada, cuando se fueron todos, Carlos Soria apiló las sillas, entró a la chacra, dio un portazo y se metió en el dormitorio. “Ella lo siguió –declaró Emilia, la única hija que estaba en la chacra–. Enseguida discutieron. Ella le gritaba: ‘¡Por tu culpa me voy a matar!’Y él le decía: ‘Estás loca’. Cuando escuché el disparo, entré. Mi mamá tenía la expresión de un monstruo. Me miró y me dijo: ‘La bala era para mi’. Y empezó a correr para todos lados, quería agarrar el arma. Gritaba: ‘¡Dejame terminar con esto!’”.
Fueron sus hijos y tres amigas íntimas quienes ayer empezaron a destejer. Describieron a una mujer que justo cuando acababa de conquistar su deseo –él, por fin, gobernador; ella primera dama– se obsesionó con la posibilidad de que “un gato” se lo arrebatara. Contaron que Susana le revisaba el celular , copiaba los teléfonos y llamaba a uno por uno para ver de quiénes eran. Que durante la campaña se escondía en su auto cerca de la municipalidad –antes de ser gobernador por 21 días, Soria fue intendente– para ver con quién salía. Que obligó a una secretaria a dejarla revisar la computadora de su marido. Que siempre había querido controlarlo: que, alguna vez, le puso Lexotanil picado en el mate para que se quedara en casa .
Hasta que, una semana antes de matarlo, encontró las pruebas: una tal Paula, kinesióloga de 36 años, amenazaba con su juventud robarle lo que le pertenecía. Encontró el mensaje y se lo mostró a sus amigas. “Separate, Susana”, le aconsejaron ellas.
“A esta altura de mi vida yo no se lo voy a regalar a ninguna chirusa” , contestó. Y empezó a montar guardias en la puerta de la casa de la amante. “Tenés que ir a un psicólogo”, le dijeron los hijos. No quiso.
Una primera dama tiene una imagen que cuidar .
Después, el drama. Aquella madrugada, cuando llegó la ambulancia, Soria había sufrido un paro cardiorrespiratorio.
La bala del revólver calibre 38 le había entrado por debajo del ojo izquierdo , le había fracturado el cráneo y se había alojado en el cerebro. Su yerno lo había inclinado hacia adelante para evitar que se ahogara con su propia sangre. Intentaron reanimarlo pero cuando le tocaron las córneas, ya en el hospital, y vieron que había perdido el último reflejo, anotaron fecha y hora de la muerte : 4.47 del primer día de 2012.
Fuente Clarin
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