Desde 1976 se instaura el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer, de la mujer trabajadora en memoria de las mujeres quemadas en una fábrica. Quemadas como nuestras ancestras. Quemadas en la hoguera como hemos sido sentenciadas por los siglos de los siglos.
En este mundo occidental, católico, adulto, blanco y hombre, las mujeres seguimos perseguidas y juzgadas por reclamar nuestro derecho, por ocupar el poder más cómodamente que los hombres. Y aquellas mujeres que logran un reconocido lugar son tildadas de masculinas, de rudas, de necias y de putas. Es decir, seguimos siendo quemadas en la hoguera. Siglos de patriarcado, que sólo revelan el masculino herido. El miedo del género macho, de perder su autoestima y virilidad. Por eso no comprenden nuestras fortalezas, por eso luchan contra nosotras. Porque ven en la mujer solo un objeto de deseo y satisfacción sexual, porque miran un femenino y no ven lo femenino. Porque tienen miedo que en esa visión puedan descubrir su propio femenino interno.
Las que somos inquietas, inconformistas e intentamos rebelarnos ante el orden establecido, somos puestas en cuestionamiento rápidamente. Tenemos el dedo fálico acusador, de hombres y mujeres, sobre nuestro cuerpo y nuestra herencia. Entonces, llega la propuesta: entregar el cuerpo, el alma, nuestro poder y gloria al servicio del hombre. Un hombre que nos sigue viendo como el sexo débil. Un hombre que no dignifica nuestro esfuerzo por ser trabajadoras, mamás, cantantes, políticas, revolucionarias. Un hombre que no reconoce que podemos hacer todo eso junto y que, además, lo hacemos bien.Porque hemos aprendido de nuestro linaje, porque hemos sido quemadas muchas veces, porque sabemos cuál es el valor de nuestra cabeza, de nuestra sexualidad, de nuestro corazón. Entonces, no nos vengan con canciones baratas. No subestimen nuestra inteligencia ni ofendan nuestra integridad.
Las mujeres hacemos la revolución día a día, sin armas, desde nuestros roles, desde nuestro emocional más a flor de piel. Y eso, muy pocos hombres lo entienden.
Aún así, muchas mujeres en la historia abrieron paso y camino en diferentes ámbitos sociales. Mi reconocimiento a todas y cada una de ellas.
Veo aparecer una generación de mujeres capaces, lindas, libres, locas, ni santas ni putas. Será tarea del hombre acomodarse a la mujer nueva.
Y no se olviden: las mujeres buenas van al cielo, las rebeldes a donde ellas quieren.
Encuentro por la Victoria
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