El film del director Jaime Lozano refleja la historia de la revuelta en el penal de Sierra Chica, en la Semana Santa de 1996. Las empanadas con carne humana y el debut del cantante de Las Pastillas del Abuelo.
En la panadería del penal de Sierra Chica, hay varios presos bañados en sangre que cargan un carro repleto de órganos y vísceras humanas. En realidad, la panadería no es en un penal, como tampoco los órganos y vísceras son de seres humanos. Pertenecen a una vaca y forman parte de una de las escenas más sangrientas de la película Motín, un policial basado en los ocho días que duró el famoso motín de Sierra Chica, uno de los episodios más violentos y caníbales de la historia de las cárceles argentinas, ya que en el mismo se le dio de comer a los rehenes empanadas de un gusto muy particular: carne humana.
Ocho muertos, mil quinientos presos, dieciséis rehenes y un pacto de silencio. Una fórmula perfecta que, desde la Semana Santa de 1996 hasta hoy, dio mucho para la fabulación. Por eso, en este policial del director Jaime Lozano, se toman algunos hechos como disparadores, pero no retrata la realidad. Los actores, además de investigar a las personas en la vida real, tuvieron la libertad de componer a sus personajes. No hay figuritas de taquilla y el protagonismo es compartido.
Alberto Ajaka, un ícono del teatro independiente que se hizo conocido por su actuación en Contra las cuerdas y El puntero, junto a Luciano Cazaux, quien viene de participar de la tira Lobo, son los que lideran la banda idearia del plan, los Doce Apóstoles, que en el film no toma este nombre. Por otro lado, en la toma, los miembros del grupo contrario estaban liderados por Agapito Lencina, alias Gapo, quien fue un preso que dio que hablar: con su cabeza los reclusos jugaron un picadito. Este es el papel de Daniel De Vita, que ya tiene experiencia en papeles violentos por ser “Madera”, un amigo de “Facha” (Gonzalo Heredia) en El puntero.
Pero lo más sorpresivo de Motín llega con un papel menor: el debut del cantante de Las Pastillas del Abuelo, Juan Germán ‘Piti’ Fernández, el secuaz de Gapo. La única mujer en el set de filmación es la nuera de Norma Aleandro y amiga de Natalia Oreiro, Valeria Lorca, que interpreta a la jueza de garantías que ingresó al penal a las pocas horas de haberse iniciado el motín y más tarde fue tomada como rehén. “La jueza, después de estar en cautiverio, nunca habló con nadie.
Por eso decidí componerla desde lo que a mí me pasaría; cómo sería una mujer con muchas agallas y omnipotente, rodeada de hombres”, cuenta la actriz, mientras camina por los pasillos de la abandonada cárcel de Caseros, donde están filmando desde hace tres semanas. Luciano Cazaux interpreta a Jorge Pedraza, líder de los apóstoles, y dice que para actuar en esta película se hizo un fuerte planteo: “Todos tenemos capacidad de matar –dice–. El tema está en los límites.
Si uno ve que un hombre maltrata a un niño o mata un perro, no sé cuál sería mi reacción” y para trabajar juega con eso. Ajaka, con sus rulos morochos, su cuerpo morrudo y hablar serio, afirma entre risas que su participación en el film es por “portación de cara”. Mira a su compañero Jorge Sesan, que es otro miembro de los “doce apóstoles”, y le roba una sonrisa. “Vos también la tenés”, le retruca. Sesan, uno de los sobrevivientes de Pizza, birra, faso sostiene que no tuvo mucho tiempo para preparar el personaje ya que fue convocado cuatro días antes de empezar la filmación. Otro de los actores, que leyó libros sobre la historia, buscó videos y testimonios de los protagonistas para encarnar sus papeles es uno del bando contrario, De Vita. “Gapo es un personaje hermoso de encarnar por su violencia, era muy bueno con el manejo de facas”, confiesa mientras lo maquillan. El mismo lo compuso físicamente: tiene un ojo de vidrio y una cicatriz que le atraviesa la cara. Lo cual le lleva una hora de preparación, previa al rodaje. “Para mí el aspecto era fundamental, realmente. El laburo del actor también parte de jugar con el físico. Mi nena cuando me vio se puso a llorar”, agrega ‘Agapito’. Piti, su amigo tanto en la ficción como en la vida personal, cuenta que a su personaje lo armaron desde la dirección y que lo van hablando día a día: “Es un ladero, que responde al mandamás”, aclara el cantante, que la próxima semana dará un gran recital con su banda. A los 13 años, el pastillero ya había hecho una actuación con Damián De Santo, pero nunca había vuelto a la pantalla. Con un perfil bajo, revela al principio haber cometido errores de principiante y haberse sentido nervioso.
Este film de tiros, empanadas, sangre, muros, muertos y rehenes fue recientemente declarado de interés municipal en Olavarría y su llegada a la pantalla grande está prevista para fin de año.
Tumberos in situ
La cárcel de Caseros es un edificio en modelo panóptico abandonado, que cerró sus puertas en 2000. La mayor parte, que poseía las torres, fue demolida en los años posteriores, a pico y pala, para no generar trastornos en los pacientes de los hospitales cercanos como el pediátrico Garrahan. Ahora, el penal además de ser un espacio húmedo y corroído, es un set de filmación. Allí fue realizada la miniserie Tumberos y otras películas referidas a la vida carcelaria. Motín hace uso de algunos pasillos, baños, celdas y patios. Pero ésa no fue la única locación, las dos primeras semanas se realizaron en la auténtica Unidad Penal N°2 de Sierra Chica. Fue la primera vez que se rodó una película en este lugar. Las escenas que se registraron fueron en el patio exterior, los muros perimetrales y el hall central, ya que la cárcel continúa en funcionamiento. Los actores estuvieron todo el tiempo acompañados por miembros del Grupo Especial de Operaciones Federales (G.E.O.F.), policías de la Federal encapuchados, camuflados y con armas largas. Los artistas fueron entrenados para reaccionar ante emergencias. Las indicaciones eran que no se movieran para no ser confundidos con los verdaderos reclusos. Una vez la alarma sonó y debieron ser evacuados. “Llegar a Olavarría fue lo más fuerte que me pasó porque fue chocar con la realidad. Me marcó ver que el promedio de edad de los presos, es de 23 años”, confiesa Valeria Lorca.
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