Se apagó la vida de la abuela chilena más antigua de la Comarca Andina

Pocos días antes de cumplir 104 años, María Antonia Mañao Ulloa dejó de existir en la mañana del 6 de junio, rodeada del cariño de sus hijos, nietos y bisniestos. Con ella, se fueron varios capítulos de la historia de El Bolsón y la región del último siglo. Por Fernando Bonansea para Jornada.

Es que fue la fotógrafa del pueblo y junto a su esposo, Bernardino Rubilar (de profesión carpintero), durante décadas fueron los encargados de registrar los acontecimientos sociales de toda la Comarca Andina, incluidos los casamientos y los velatorios.

Había nacido en 1915 en la isla de Calén, dentro del archipiélago de Chiloé, y recordaba que siendo adolescente huyó a remo en una chalupa para llegar a Puerto Montt con la premisa de aprender a coser. “Tenía una tía y mi ilusión era aprender corte y confección. Aprendí y trabajé tres años en una sastrería”, contó cuando cumplió los 95 años, mientras regaba las plantas de su jardín.

Aunque no volvió a su tierra natal, se acordaba “de las carneadas que hacía mi papá, cuando charqueaba y guardaba una vaquilla”. Lo mismo de las comidas, que incluía “mucho pescado y mariscos, que juntábamos cuando bajaba la marea, en corrales de palo que hacíamos en la playa”. Los “milcaos y chapaleles (a base de papa), tortillas al rescoldo, cazuelas y chochoca al palo”, formaron parte de los recuerdos de su infancia.

A los 32 años se casó con Bernardino Rubilar, un carpintero también chileno con el que vivió en Comodoro Rivadavia hasta que un yugoslavo los convenció para mudarse a El Bolsón en 1950, donde se dedicó a fabricar muebles y a la construcción de la iglesia Nuestra Señora de Luján, entre otras obras. Con el tiempo compraron un terreno sobre la calle Onelli y levantaron su propia casa y el taller de carpintería, que el esposo mantuvo en actividad hasta su fallecimiento en 1987.

Con la fotografía comenzó “cuando nació mi hija Irene. Bernardino me compró una maquinita, de esas de antes. Todavía tengo algunas fotos de entonces, en blanco y negro claro. A él también le gustó y pronto se hizo amigo de un fotógrafo de Bariloche y así aprendimos. Por esos años, el único fotógrafo que trabajaba en la zona era Chebeir, cuando falleció fuimos los únicos por mucho tiempo”.

El principal trabajo era “con los documentos de la gente. Los casamientos, los cumpleaños eran los eventos de mayor demanda. Nos íbamos hasta Cholila, a Ñorquincó, a El Hoyo, donde nos llamaran”.

Una costumbre arraigada por entonces, principalmente entre los campesinos, era tomar fotos en los velorios, incluyendo al fallecido. “Nos buscaban para guardar ese recuerdo, pero después lo cortamos porque me tocaba revelar los rollos y me impresionaba. Así que a partir de allí, Rubilar sacaba nada más que el entierro”, graficó la abuela.

Durante décadas, el matrimonio se repartía las tareas: él sacaba y ella revelaba el material en un laboratorio que montaron en una ampliación de la vivienda. “Era todo en blanco y negro, a veces nos quedábamos hasta las cinco de la mañana. Él también fue fotógrafo y perito de la policía durante 30 años. Por una puerta rota o un muerto lo convocaban y nunca cobró un peso”.

En el ’58 compraron su primer vehículo: una moto Gillera con la que salían a cubrir servicios por toda la comarca. “Yo lo acompañaba, me abrigaba bien con pantalones debajo de la pollera, me subía a la moto y salíamos para Bariloche”, por aquellos años a través de un camino de tierra que demandaba cuatro o cinco horas de viaje. “Una vez, viniendo de Esquel nos caímos en Las Golondrinas, casi nos matamos, nos pelamos enteros”, rememoró.

Mil habitantes

Antonia Mañao también recordó la realidad de aquella aldea de montaña de principios de los ’50, “cuando éramos poco más de mil pobladores y apenas había cuatro gendarmes. Donde hoy está lleno de casas era todo campo desolado, mallines y animales que se veían por todos lados. Cuando salía el río Quemquemtreu inundaba todo, parecía un verdadero mar”, agregó.

Había poca gente, “pero todos muy unidos, como una familia. Nos juntábamos en navidad, para año nuevo nos íbamos todos de picnic al lago Puelo, se hacían bailes. Ahora, con tanta gente ya todo cambió, cada uno en su casa y nadie se conoce”, comparó.

Según Antonia, con pocos negocios, la población se las ingeniaba con la autoproducción de alimentos: “Casi todos hacían quinta, tenían frutales, yo llegué a tener 90 gallinas en el patio, así que comíamos pollos, huevos en abundancia”.

Valoró también que “la gente era más sana y cuando alguien se enfermaba iba al hospital y lo atendían bien, le daban los remedios. Era la época de los doctores Hermann y Venzano; después vino Fabrizio a poner una farmacia, llegó con una valija llena de medicamentos y buscando un local donde instalarse”.

Los bailes “se hacían en el club El Refugio, con orquesta todos los sábados. Mi marido tocaba el bombo, los platillos y las maracas. Otro lugar de encuentro era la sociedad Española, ponían carpas y se hacían los bailes de carnaval”, en la esquina de San Martín y Dorrego.

Como buenos trasandinos, durante “ocho años organizamos los festejos por el 18 de septiembre. La gente esperaba esa fiesta, éramos una comunidad chilena grande y bien organizada. Si llego a mi centenario vamos a hacer una fiesta así, aunque no pueda mover las patas para bailar una cueca”, prometió por entonces.

Cine todas las noches

Otra de las costumbres de su esposo era “ir todas las noches al cine Amancay, que funcionaba de jueves a domingo”. Fue una rutina que duró por años, hasta “que llegó la televisión”. Los memoriosos del pueblo recuerdan que Rubilar, junto a otros vecinos recibieron un reconocimiento del propietario de la cadena Coliseo, don Roque González, quien los declaró “espectadores privilegiados” y no pagaban la entrada, además de guardarles su butaca preferida. Incluso, en los ’60, esperaba en su bicicleta los rollos que llegaban de Bariloche en un viejo colectivo de línea, no siempre a tiempo, y pedaleaba varias cuadras hasta el cine, donde la gente ya esperaba sentada y golpeando el piso de madera con los tacos.
Fuente: Diario Jornada










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