Antes de que aparezca “el monstruo” del lago Ness, la Comarca Andina ya tenía su propio plesiosaurio



Hace exactamente 102 años, el sheriff norteamericano Martin Sheffield aseguró haber visto en una pequeña laguna ubicada en el límite entre los ejidos de El Hoyo y Epuyén a un animal prehistórico que revolucionó el mundo científico y que motivó una expedición para capturarlo “vivo o muerto”.
Por entonces, la prensa porteña brindó amplia cobertura del tema y se hizo tan popular que hasta hubo cigarrillos y tangos con el nombre del plesiosaurio. Por Fernando Bonansea.
Se trata de un nuevo atractivo turístico en el paraje El Pedregoso, que comienza a ser puesto en valor por la familia propietaria del campo, con visitas guiadas que tendrán la premisa  de “una excursión histórico recreativa que conjugue en su relato aspectos literarios, informativos, científicos, humorísticos y musicales”.
Al frente del emprendimiento, Perla Peña adelantó que “el sendero inaugurado expondrá parte de esa información, de manera de poder contar a los visitantes todo lo sucedido hace más de un siglo, una historia que logró unir a nuestra Comarca Andina con Buenos Aires en un ida y vuelta de telegramas y notas periodísticas”. 
La expectativa previa apunta a “transmitir este pedacito de nuestra historia, que nos pertenece como Comarca Andina y como Patagonia, teniendo en cuenta que fue una noticia que tuvo impacto a nivel internacional - incluso antes de los acontecimientos que dieron fama al monstruo del lago Ness (en Escocia, en 1933)-, y que hoy sigue generando interés en muchas personas”.




Buscador de oro
Martín Sheffield era un robusto norteamericano que al llegar a la Patagonia en 1899, se dedicó a buscar oro en los arroyos que descargan sus aguas al río Chubut. En tal oficio le fue bastante bien y con las pepitas en sus bolsillos fue protagonista principal de recordadas noches de juerga en El Bolsón, Ñorquinco o Esquel.
Además era un tirador excepcional, ya sea con el revólver o con su viejo fusil. Sus demostraciones solían tener los escenarios más diversos: podía armar un espectáculo para una fiesta o podía despedirse de un boliche a la madrugada dejando atrás lámparas, vasos y botellas destruidos a balazos, con la habilidad que caracterizaba a aquellos recordados cowboys del Lejano Oeste.



Su buen humor lo hacía animador de grandes fiestas y su mal humor lo llevó a protagonizar grescas descomunales. Así y todo era una persona querida por la mayoría de la gente de la zona. Su fama de hombre rudo, y al que no asustaban las inclemencias del tiempo, sumado a su baquía y conocimiento del campo patagónico, hicieron que prácticamente no se realizara ningún viaje, ya sea científico o de cualquier índole, que no fuera guiado por él.
Semejante personaje no podía dejar de estar, al igual que la tierra que lo acogió, rodeado de un halo de leyenda: desde decir que era el mejor cazador y tirador que había pisado la Patagonia, hasta que era contratado por bandidos para desorientar a las partidas policiales que los perseguían. Todo era posible si se hablaba de Sheffield.
Una carta
Vaya a saber guiado por qué idea, un día se le ocurrió escribir una carta a Clemente Onelli, quien en 1922 era el director del Zoológico de Buenos Aires. Le informaba que “unas grandes huellas habían aplastado el pasto que rodeaba su puesto de cazador y que en algunas oportunidades había visto un gran animal que se sumergía en las aguas de una laguna, dejando una gran estela con su lomo”.
Si bien no daba grandes precisiones en su descripción, lo narraba como de gran cuello y cabeza pequeña (“como de cisne”). Poco tardó Onelli en presumir que se trataba de un plesiosaurio y menos aún en hacer conocer la carta que había recibido. Proporcional a lo fantástico de la historia fue el revuelo que se armó.
Un viejo político
Los diarios de Buenos Aires tomaron la noticia de distintas maneras, pero no dejaron de publicarla. “La Prensa” y “La Nación” trataron de darle rigor científico a la información, mientras que la oposición al presidente Yrigoyen decía que se trataba “de algún viejo político perdido por allí”.
Enseguida, diversos medios internacionales mostraron decidido interés en hacerse del plesiosaurio. El presidente Roosevelt mandó a decir que quería, por lo menos, un pedazo de él y anunciaba la partida a la Patagonia de su compañero de caza en África, míster Edmund Heller. También el museo de Historia Natural de Nueva York anunció que enviaría cinco comisiones a Sudamérica para dedicarse a capturar animales de especies extinguidas, a la vez que desde Filadelfia se decía que estaba a punto de partir una expedición de naturalistas y que, en caso de ser capturado, debía ser llevado a los Estados Unidos.
En Buenos Aires, el alboroto no fue de menor dimensión: una dama de la sociedad porteña aportó para la expedición la suma de $1.500 de esa época y el resto de las donaciones superó los $5.000, aunque “las malas lenguas dijeron que esa era la reacción esperada por Sheffield para poder cobrar una suculenta suma por guiar la expedición de Onelli”.
Al mismo tiempo, las oficinas del director del zoológico eran visitadas por los más raros personajes, desde diseñadores de aparejos de caza especiales para plesiosaurios, hasta quienes querían vender su estrategia infalible para la captura o describían al animal como guardián de los tesoros que buscaron los primeros exploradores de la Patagonia.
En tanto, dos jubilados escaparon del hospicio de Las Mercedes para luchar contra el monstruo, al tiempo que inspiró una marca de cigarrillos y un par de tangos, recuperados ahora  por la Orquesta Sciamarella Tango y presentados en la “Noche de los Museos” del año pasado.
Instrucciones reservadas
Lo cierto es que en 1922, el tema fue una cuestión de estado. Incluso salieron documentos oficiales que llevaban el título de “instrucciones reservadas” (con membrete de la entonces Intendencia Municipal de la Capital Federal) y que hace poco se dieron a conocer.
Decían que “...el objeto es constatar, por todos los medios posibles, y hasta con abnegación y sacrificios, la existencia posible de un animal desaparecido en los tiempos prehistóricos. El pesado trabajo de acechar y de la vigilia, debe ser hecho por turno y por dos personas de la expedición: los restantes descansaran, como suele decirse, con el arma al brazo listos para cualquier alerta y listas las pistolas de fuegos y reflectores”.
“Los expedicionarios –agrega- podrán entregarse tranquilos al sueño desde las 11 de la mañana hasta el anochecer, porque en esas horas jamás se ha visto”. Según el informe, “es más fácil cazarlo vivo que muerto y a este fin llevarán lazos fuertes de cogote de guanaco y lazos flexibles de cables de acero para reforzar la primera pialada feliz”, según se graficó.
De igual manera, se adelantó que “su transporte será difícil pero no imposible, alargando atrás la caja de un camión y forrando este con la lona embutida de paja para evitar contusiones, equimosis y machucaduras" (...) se deben usar las armas sólo en caso extremo y siempre las de mayor calibre y de proyectiles especiales”.
En este último caso, “se debe por todos los medios evitar el tiro a la cabeza, pues esta es la pieza más importante del animal. Debe hacérsele dos, tres y más tiros en el pescuezo”. Estas instrucciones iban acompañadas por un memorando firmado por Clemente Onelli, que decía: “Estas investigaciones hay que hacerlas de todas maneras, en el agua hasta con dinamita, en las cuevas y en el bosque”. Y así fue que, ya que estaban, los expedicionarios hicieron rastrilladas por varios espejos de agua de la región, ¡utilizando explosivos y cartuchos de gelinita!
Broma
Lo cierto es que poco a poco se fue diluyendo la historia: en los diarios de los Estados Unidos comenzaron a tomar el asunto en broma. Enterados de la enorme capacidad de los “farmer” de la Patagonia para beber ginebra y whisky, empezaron a decir que era moneda corriente que vieran cualquier cosa.
Onelli también fue perdiendo entusiasmo y comenzó a sospechar que había sido víctima de la frondosa imaginación de Martín Sheffield, quien sin saberlo se convirtió en el primer agente turístico del Corredor de los Andes.
Una de las anécdotas que quedó entre los viejos pobladores fue que, una vez descubierto el fraude, los bolicheros de entonces pintaron la imagen del “bicho” en el fondo de los vasos vineros. Los parroquianos, al brindar, se desafiaban “¡hasta ver el plesiosaurio!”.


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2 Comentarios

  1. Cuando Clemente Onelli le pide al Ing. Frey que encabece la expedición para encontrar el "plesiosaurio", la Asoción Protectora de Animales le pidió, al entonces Ministro de Interior, que no lo maten. Y así se dispuso. Frey debía cazarlo VIVO, no vivo o muerto como dice la nota.
    Esta orden implica que el "plesiosaurio" fue la primera especia animal protegida de la Patagonia.
    La revista Caras y Caretas hizo un excelente seguimiento del tema, insertando notas en algo así como una docena de números.
    Entre ellas hay una humorada: una supuesta carta del plesiosaurio pidiendo por una compañera...
    Yo intenté encontrar la orden a Frey. La busqué en la biblioteca del Congreso Nacional y en archivos del Ministerio de Interior (Gobierno), sin resultados positivos.

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  2. Muy buen aporte Gustavo, gracias y seria genial si encontras más info para compartir

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