La noche de San Juan y otras historias de humos y cosechas, en coincidencia con la “vuelta del sol”


Los juegos campesinos tradicionales, la búsqueda de un tesoro misterioso y las comidas en el fogón son parte de las vivencias que aún mantienen las primeras familias cordilleranas, llegadas desde Chile hace más de cien años.

El fogón “es el centro de todo el movimiento del hogar. Desde tiempos antiguos, en toda la Patagonia, es el lugar donde se guardan las monturas, las herramientas de labranza; está la troja de papas, se tuesta el trigo y se hace el ñaco. También se comparten las fiestas familiares y los asados. En el entretecho se seca la carne y se hace el charque para el invierno”, detalló Magdalena Muriel (Maida) Valenzuela, ya la cuarta generación de los pioneros que llegaron desde Chile al valle de El Hoyo a principios del siglo XX.

Por estos días, todos los pueblos andinos celebran “la vuelta del sol” (entre el 21 y el 24 de junio), que marca un nuevo ciclo y que trae consigo la renovación de la naturaleza con nuevas energías, según la cosmovisión originaria. Desde su mirada, “es una fecha muy importante, justo ayer estaba notando que están brotando los ajos y los narcisos. Son los últimos días lejos del sol, arrancamos de vuelta y hay que estar atentos a las estaciones, pronto volveremos a arar la tierra y a sembrar”.

Enseguida valoró “las enseñanzas de los abuelos, saber que si es un invierno duro como el que estamos transitando, será un buen año para la quinta, para la fruta. También para que comiencen a recuperarse los bosques quemados. El río crecido significa que en verano tendremos el agua necesaria para los cultivos. Además, es fundamental que haga mucho frío para que se congele la nieve de las montañas y nos dure un poco más el reservorio hídrico”.

Desde su óptica, el cambio de estación “también puede ser que marque un despertar para los niños y la juventud. Muchas veces se dice que no les importa nada, pero es nuestra responsabilidad como padres encaminarlos por la senda verdadera. Hacerles ver otra forma de vida, que tiene que ver con nuestros valores y nuestra idiosincrasia”.

A su lado, su madre, Lucirena Riquelme (83), precisó que “llevamos la vida de antes. En mi infancia, éramos ocho hermanos y nos criamos a la orilla de un fogón, donde también se calentaba el agua en un tacho para lavar. Tampoco había luz, nos alumbrábamos con un candil de grasa y había que hacer lo que mandaban los mayores. Comíamos las cosas típicas del campo, como el catuto y el milcao”.
“Mi mamá –agregó- molía el trigo en una piedra que todavía está ahí afuera, con el tiempo llegó el molino. Y el pan se hacía siempre en la ceniza, en la noche antes de irnos a dormir, nos daba una tortilla a cada uno y a la cama”.




Noche de San Juan

En las familias de los colonos también se conmemoraba la noche de San Juan (el 24 de junio), con especial énfasis en distintos juegos campesinos y tradiciones muy ligadas a las costumbres españolas (desembarcadas en la Isla de Chiloé desde el siglo XVI), siempre vinculadas a la iglesia católica, y que con el paso de los años terminaron mezcladas con los ritos de los pueblos originarios.

Según doña Lucy, “mi mamá nos juntaba al lado del fogón para contarnos cuentos e historias. Había que apagar las luces, entonces cuando se trataba de fábulas raras o aparecidos nos asustábamos y nadie se quería ir a dormir (se ríe). También nos sorteábamos para sacar a la mañana siguiente papas de debajo de la cama (había una pelada, otra con cáscara y otra a medio pelar), según lo que tocara, sería la suerte para el resto del año”.

Otra de las pruebas consistía “en poner un papel debajo de la almohada, con unas gotas de tita china. Al otro día se miraba la figura que se armaba y podía aparecer allí el futuro marido o esposa”.

De igual modo, las familias prestaban especial atención “a los destellos de alguna llama en el campo en la noche de San Juan. Los hombres salían con palas y picos a desenterrar un posible tesoro, pero nunca vi que apareciera nada. Pero, en una cruz que había en Las Golondrinas siempre se le cruzaba algo a la gente que iba a caballo a El Bolsón, decían que era un perrito blanco que cuidaba un entierro de oro. Nunca lo buscaron porque tenían miedo al guardián”.

 Otra costumbre “principalmente de mi abuela, que tenía más sangre pura, era salir a medianoche a azotar con una rama (otros con cadenas) a los árboles con la creencia de que darían más frutos. Los más chicos teníamos que hacer lo mismo, mucho no nos explicaban, pero nos decían que así el año iba a venir bueno”. Según recuerda, “la noche de San Juan era toda una fiesta familiar, se comían papas enterradas en la ceniza y había música y mucha alegría”.

Los ritos heredados desde la “madre España” indican que “en la noche de San Juan se abre una puerta al futuro y a las dimensiones mágicas, donde el diablo anda suelto y los campos reciben la bendición de San Juan Bautista”. Una de las actividades preferidas de las mujeres era esperar la medianoche para ir hasta una cascada cercana (río o arroyo igual) a lavarse el pelo con las aguas benditas y gritar tres veces seguidas: “¡San Juan!, ¡San Juan!, ¡San Juan!!”, para acceder a un periodo de bonanza.

A criterio de Maida Valenzuela, “la iglesia católica ha tenido su influencia para cambiar ciertas cosas y dominar al pueblo, pero todo está en querer volver a hacerlo, siempre con el respeto hacia nuestros mayores y poder traspasarlo a las futuras generaciones”.

Tejedora

Maida vive con su madre en el predio de la familia Valenzuela, en el paraje El Desemboque (ejido de El Hoyo), y además es una reconocida tejedora del telar mapuche, donde dedica horas a hilar la lana en una rueca y luego confecciona “prendas para nuestros gauchos” (ponchos, maletas, peleras para el recado, chalecones), rescatando que “todas las tejedoras trabajan para el turismo, pero nadie piensa en los campesinos de la zona. Por suerte, cada vez que publico algo, enseguida aparecen a comprarlo”.

Asimismo, dos veces por semana viaja hasta el CET 23 de Mallín Ahogado, para ejercer como instructora de hilado y telar mapuche, un espacio donde convergen mujeres de toda la comarca.
Buena cosecha

Con su enorme sombrero y las botas de goma, desafía la lluvia y marcha hasta el leñero. Primero con la motosierra y enseguida con el hacha, corta los palos que alimentan la fogata, prepara el mate e invita a la charla entre los gatos perezosos que buscan el calor.

Remarcó “la importancia de conservar la tierra y vivir de ella”. Antepuso como ejemplo que “en esta chacra sembramos trigo, lo cosechamos en familia con las echonas y lo trillamos con un solo caballo. Luego, en este mismo fogón, tenemos el molinillo y el tostador para hacer el ñaco y consumirlo en el invierno. Poder mantener esa tradición me encanta, no se gana un peso, pero me conecta con las raíces. Esperamos que este año haya una buena cosecha y podamos invitar a la gente para que venga a acompañarnos, quizás con una trilla a yegua suelta, como se hacía antaño”.


Curadora

Otro aspecto de la vida de Maida Valenzuela está dedicado a su rol como “curadora de semillas”, por su contribución al conocimiento tradicional y campesino de la biodiversidad local. Permanentemente está bregando para intercambiar papas, porotos, arvejas y cuanta simiente caiga en sus manos. Apunta concretamente a la práctica de las huertas familiares para mejorar “los hábitos sanos” de la alimentación y la salud.

Más allá de las preocupaciones lógicas por todo aquello “que va siendo reemplazado u olvidado por las actuales generaciones”, su objetivo contempla “las posibilidades para repensarlo y salvaguardarlo” desde sus propias prácticas y costumbres.











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3 Comentarios

  1. Excelente nota, gracias por compartirlo!!!!

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  2. Me encantó... vengo de esas raíces mapuches. Llena de magia y fe. Muchas gracias por compartir

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  3. Faltó el charqui yo también viví esas épocas

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